“El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el continente de América, el ara donde vertió la primera sangre de los libres y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos”, así recoge el acta de la independencia de Bolivia la lucha por su propia libertad. Por más de 15 años, las regiones de la actual Bolivia buscaron su independencia de la corona española, asentada en la Audiencia de Charcas.
Los aires libertarios desembocaron en una Asamblea Deliberante, presidida por José Mariano Serrano, que debatió profusamente el futuro de un territorio que anhelaba ser libre. La asamblea, compuesta por 7 representantes de Charcas, 14 de Potosí, 12 de La Paz y 13 de Cochabamba consensuaron un documento que proclamaba: “la resolución irrevocable es gobernarse por sí mismos”. ¿Y Santa Cruz? Los dos representes de la región oriental, cuestionados en su representatividad, llegaron a Chuquisaca después de proclamada la independencia.
Con el acta de la independencia firmada, los asambleístas deliberantes convocaron una segunda asamblea, esta vez constituyente, para concretar una nueva unidad política. La nueva Constitución fue sancionada el 6 de noviembre de 1826 y promulgada el 19 de noviembre del mismo año por Antonio José de Sucre
El profundo sentido de libertad con que nació Bolivia no estuvo exento de disputas internas propias de las pugnas por el control político y el poder económico.

Casi al finalizar el siglo XIX, en la llamada guerra federal, liberales de La Paz y conservadores de Sucre se disputan la capitalía del país. El poderío económico de los paceños arranca a la antigua Charcas la sede de Gobierno y abre una herida que tardaría en cerrarse.
Fiel reflejo de esa brecha se vivió en el primer centenario de la República. El presidente Bautista Saavedra, el mismo que extendió su mandato para liderar los festejos, agendó los actos principales en La Paz y apenas derivó a Sucre un par de actos protocolares.
En este Bicentenario, Sucre recupera su protagonismo y enarbola nuevamente la bandera de la libertad para transmitir al país el sentido de orgullo que movió a los asambleístas deliberantes en 1825.


Fuente: El Deber